Aunque gran parte de la obra de Valdés pertenece a la corriente figurativa, esta obra revela claramente su ligazón con las claves estéticas de la pintura abstracta, que renuncia a la representación del mundo visible para concentrarse en el uso y valor de formas puras.
El artista revela una de las constantes visuales que predominan en su obra, y que corresponde a la importancia esencial que la da al color como protagonista de su pintura, tanto en su valor plástico intrínseco, como en las asociaciones emotivas y anímicas que permite gracias a sus efectos atmosféricos.
La estructura del dibujo es reemplazada por el valor de sus colores y su fuerte atmósfera. Por ello no  necesita recurrir a formas figurativas para desarrollar su obra. Le basta con la pureza abstracta y logradas composiciones, además de trazos libres y gestuales para lograr su intención expresiva. Por otro lado, pese a su evidente abstracción formal, genera imágenes  cercanas a universos oníricos surgidos del mundo del inconsciente. Eso es lo que parece encarnar ese objeto orgánico de cálidas tonalidades que surge en el centro de la obra, como punto de atención principal del cuadro y que la acerca a la deformación propia de imágenes infantiles e inconscientes que metamorfosean la realidad visual, a la usanza de artistas  de como el surrealista  Ives Tanguy o ciertas pinturas del pintor nacional Guillermo Núñez, aunque sin la persistente intensidad emotiva de éste.
Año de publicación: 2002
Compartir