La obra de Beltrán se ubica entre la abstracción, donde color, forma y técnica son la expresión; y el neoexpresionismo alemán de los 80, donde la espontaneidad y el vigor cromático son el principal soporte creativo.
Su obra, generalmente de gran formato, reflexiona constantemente sobre las posibilidades y límites del lenguaje plástico-pictórico.
En el cuadro, la incorporación de diferentes materiales como arena y silicona, junto al uso del acrílico, le otorgan una textura grumosa y exuberante, provocando incluso sensaciones de tipo táctil que enriquecen la expresión visual.
De forma enigmática y casi hermética, en la obra aparecen -a modo de series- distintas estructuras esquemáticas flotantes. Conocidas como “los prismas de Beltrán”, que nacen de un ejercicio de sucesivas abstracciones aludiendo a los antiguos templos clásicos.
Lo que más parece interesar es el juego de perspectivas, tensiones formales y posibilidades espaciales en la tela.
Año de publicación: 1998

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